lunes, 10 de febrero de 2020

¡NO TOQUES MI HERIDA!


¿Por qué tanto sufrimiento? Es evidente que hay un aspecto trascendental por el cual parte de la vida humana tiene un elemento doloroso y hasta trágico, el problema del mal, que podríamos analizarlo filosófica y teológicamente. Pero podemos precisar mejor la pregunta, ¿por qué tanto sufrimiento innecesario? En este sentido, quisiera que consideremos el tema desde la perspectiva psicológica.

¡No toques mi herida!, como dicen muchas veces los niños después de una caída, de un raspón sangrante, cuando los padres o maestros quieren auxiliarlos, para limpiar la herida, poner algo de sulfa o aun vendarla, si fuere necesario.

Sin embargo, por más cuidado que ponga el adulto, esta área física que ha quedado sensible se quiere mantener intocable por parte del niño, ¿por qué? por no volver a sentir el dolor.


Evidentemente, hay heridas que sanan prácticamente solas, y no hay necesidad de mucho tratamiento. Por el contrario, otras, si no se tratan pueden complicarse, incluso putrefactarse y provocar un dolor y hasta un mal mayor.

De la misma manera, muchas veces, las personas no están dispuestas a trabajar sobre sus problemas psicológicos, emocionales, existenciales. Y curiosa, y tristemente, aunque no nos demos cuenta, terminamos sufriendo más, o complicándonos la vida; viviendo, seguramente, para diseñar dos posibles "artefactos"; un parche que proteja y oculte la herida, o un marco para presentarla y obtener ciertas "ganancias o beneficios" de esa llamativa "escena dramática" como si fuera una "obra de arte" en exhibición.

Sea una u otra salida (escape), no nos permite superar la herida, no nos permite gestionar la situación (la del pasado no se puede porque ya pasó, la presente podría tener un aspecto interno -pensamientos, sensaciones, sentimientos, imágenes, etc. que hay que procesar, gestionar- o externo -acciones inadecuadas qué corregir, o adecuadas que poner en práctica-). Por tanto, no se trata de esconder la herida ni de promocionarla, sino de sanarla o de gestionar la nueva situación después del evento doloroso.

Es interesante la gran cantidad de acciones evitativas o mecanismos de defensa que puede utilizar una persona para no trabajar con su herida: negación, minimización, desvaloración, proyección, etc. o abuso de el alcohol, las drogas, el sexo, los medicamentos, el apego, etc. Todas estas situaciones y reacciones no son gratuitas, nos están señalando que de manera consciente o inconsciente la persona está tratando de ocultar o compensar su realidad interna, en vez de trabajar sobre sí misma.

Si escoge el camino de la exhibición de su herida, mal o malestar, está utilizando su problema como medio para conseguir atención o una ayuda que no le permite madurar sino que lo mantiene en la dependencia o la manipulación (juegos psicológicos).

Pero reflexionemos en todas las cosas que uno se pierde por vivir evitando (miedo a hablar en público, a las relaciones, a ciertas experiencias o aprendizajes, etc.), o las complicaciones que se acarrea por querer manipular (caprichos, berrinches, críticas, exigencias, obligación a que se cumpla con nuestras expectativas, etc.) a otras personas (sea padres, hermanos, cónyuge, hijos, amigos, empleados, etc.).

El problema con estas respuestas es que nos desvían de nuestros sanos objetivos, nos inducen a comportamientos negativos, provocan que abandonemos nuestros valores, nos conflictúan con nuestros semejantes, o hacen que nos equivoquemos en nuestras verdaderas metas, retrasando la madurez, el aprendizaje del autoapoyo y el desarrollo de habilidades sanas y funcionales de convivencia.

¿Qué hacer?


De lo sucedido en el pasado debemos aprovechar los buenos recuerdos y recordar los aprendizajes. Por lo demás, debemos ocuparnos en la gestión de nuestra mente de las maneras más variadas y adecuadas que podamos crear.

A veces, los diferentes aspectos del trabajo interior, pueden parecer como una herida que hay que curar, o un músculo que debemos fortalecer, o una habilidad a adquirir, o quizá una nueva perspectiva desde la cual mirar, o un alimento que incluir en nuestra dieta, etc. Así es como cobra un nuevo sentido nuestra imaginación, inteligencia y creatividad, así como nuestras actitudes, valores, acciones, decisiones, aprendizajes, perspectivas, etc.

Por eso hay que diagnosticar bien para definir la medicina, el alimento, el ejercicio o el aprendizaje que debemos adoptar, y diseñar las mejores estrategias para lograrlo (dependiendo del caso, un buen amigo, un consejero, un coach o un terapeuta nos pueden acompañar, facilitando este proceso, como un buen compañero de viaje).

¿Qué no hacer?


Lo que nunca hay que hacer es evitar el trabajo o tratamiento por no tocar la herida, lo cual la mantendría en "carne viva" (y nos podemos dar cuenta que hay algo que arreglar porque nos volvemos susceptibles, con reacciones sorpresivas, inadecuadas, irracionales, disfuncionales, conflictivas, etc. que complican las relaciones y crean más conflictos o problemas, internos y externos) o en estado de descomposición, empeorándonos (a veces haciéndonos insensibles o autoadormeciéndonos con pensamientos irracionales o utilización de drogas o alcohol, así como medicación, que a la postre es negativa por lo costosa, adictiva o por sus efectos colaterales).

La actitud evasiva es la que hace que abandonemos muchos de nuestros valores, nuestra vocación, visión y misión personal, y que los reemplacemos con pobres sucedáneos, o excesos, de trabajo, apegos, substancias, placeres, poder, fama, etc. Quizá mantengamos algunos valores y acciones positivas, pero dejemos otras, o nos polaricemos hacia una tendencia de manera no saludable o exagerada (como cuando hay personas que hacen muy buenas obras para ayudar a otros -lo cual les da una muy buena excusa o justificación- pero se descuidan de sí mismas o automaltratan, mostrando un desequilibrio o desarmonía personal, a veces incomprensible para los demás, por lo contradictorio o incongruente).

Pensemos también que, muchas veces, no realizamos el necesario trabajo interior que deberíamos considerar como normal, porque hay muchos prejuicios contra el trabajo mental, o por taras culturales, por creencias limitantes, por pereza, por miedo, por normalizar conductas disfuncionales (nos acostumbramos a maneras insanas de vivir), por economía (sin darnos cuenta que el no pedir ayuda de un profesional en su debido momento puede luego acarrear mayores males y mayores gastos, aparte de todo lo que se pierde en el tiempo, relaciones, oportunidades, buenos momentos, etc.).

¿Cómo se logra?


La toma de consciencia, la capacidad de aceptación y resiliencia, una mirada más compasiva hacia nosotros y los demás (con actitud curiosa y de aprendizaje), la reinterpretación de nuestra historia, hacia la mejora de nuestro autoconocimiento y autoestima, pero sin estancarnos en el ayer, sino conscientes de poder avanzar, superarnos, recrearnos, autodiseñarnos, como un trabajo de exploración y a la vez de proyección hacia nuevos horizontes, hasta alcanzar una nueva flexibilidad que nos permita más opciones de acción, es lo que debemos lograr en una buena gestión de nuestro ser, superando las heridas del ayer.

Respecto a todo lo que surja en nuestro interior (pensamientos, imágenes, sensaciones, recuerdos, sueños, emociones, etc.), no debemos tenerle miedo, no evitarlo, no rehuirlo; podemos tomarlo como la expresión de una parte de nosotros que necesita revelarse, confesarse, sincerarse, en un diálogo intrapersonal con otra de nuestras partes, ante la mirada atenta y serena de nuestro yo observador (que no evita, no teme, no huye), que como mediador, cataliza este diálogo hacia el entendimiento, la comprensión, la aceptación, la valoración, el autodescubrimiento, la creatividad, las opciones, la complementación, el equilibrio, la armonía, la potenciación, la integración de las polaridades, etc.

Cuando te veas evitando algún pensamiento, sentimiento o situación, o cuando detectes una actitud o conducta negativa o disfuncional, que crea malestar, no la justifiques, sino reflexiona qué resultados y consecuencias te trae esta evitación o conducta (qué es lo que te ha hecho perder y lo que no te ha permitido aprovechar), y reconsidera, más bien, qué es lo que podrías aprender de ciertas personas, situaciones y cosas internas o externas, a qué nuevas perspectivas, actitudes, habilidades y acciones te reta.


No se trata de manosear la herida, ni de ocultarla, ni de exhibirla, se trata de procesarla, de gestionar el fluir de imágenes, emociones, pensamientos, recuerdos, sensaciones, etc. y rediseñar una nueva estructura de la experiencia, haciéndola funcional, positiva y benéfica. Es una oportunidad de aplicar los valores con uno mismo, con nuestros semejantes y con todo nuestro contexto, canalizándolo todo con amor, compasión y creatividad, haciéndonos más flexibles, rescatando, aprovechando, integrando y dosificando cada parte de nosotros, ensayando la novedad viviendo (y conviviendo en) el presente, desde el aquí y el ahora.


¡Acepta el desafío, saborea el instante, 

aprovecha las oportunidades y crece!



2 comentarios:

  1. Gracias Dr.Hernan muy buen tema y lo pondré en práctica ,🤗🤗🤗🤗

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Qué bueno que te sirvió. Aprovecha también el siguiente artículo: https://dpi-dialogym.blogspot.com/2020/02/mis-yoes-y-yo-un-dialogo-intrapersonal.html

      Eliminar

Datos personales